Ay,
Señor, el Dios grande que guarda el pacto y la
misericordia para los que le aman y guardan sus mandamientos, hemos
pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho lo malo, nos hemos
rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus
ordenanzas. No
hemos escuchado a tus siervos los profetas que hablaron en tu nombre a
nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de
la tierra.
Tuya
es la justicia, oh Señor, y nuestra la vergüenza en el rostro, como sucede hoy
a los hombres de Judá, a los habitantes de Jerusalén y a todo Israel, a los que
están cerca y a los que están lejos en todos los países adonde los has echado,
a causa de las infidelidades que cometieron contra ti.
Oh Señor,
nuestra es la vergüenza del rostro, y de nuestros reyes, de nuestros
príncipes y de nuestros padres, porque hemos pecado contra ti.
Al
Señor nuestro Dios pertenece la compasión y el perdón, porque nos
hemos rebelado contra El, y no hemos obedecido la voz del Señor nuestro
Dios para andar en sus enseñanzas, que Él puso delante de nosotros por medio de
sus siervos los profetas.
Ciertamente
todo Israel ha transgredido tu ley y se ha apartado, sin querer obedecer tu
voz; por eso ha sido derramada sobre nosotros la maldición y el juramento que
está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios, porque hemos pecado
contra Él.
Y Él
ha confirmado las palabras que habló contra nosotros y contra nuestros jefes
que nos gobernaron, trayendo sobre nosotros gran calamidad, pues nunca se ha
hecho debajo del cielo nada como lo que se ha hecho contra Jerusalén.
Como
está escrito en la ley de Moisés, toda esta calamidad ha venido sobre nosotros,
pero no hemos buscado el favor del Señor nuestro Dios, ni hemos
dejado nuestra iniquidad y prestando atención a tu verdad.
Por
tanto, el Señor ha estado guardando esta calamidad y la ha
traído sobre nosotros; porque el Señor nuestro Dios es justo en todas
las obras que ha hecho, pero nosotros no hemos obedecido su voz.
Y
ahora, Señor Dios nuestro, que sacaste a tu pueblo de la tierra de Egipto con
mano poderosa, y te has hecho un nombre, como hoy se ve, hemos pecado,
hemos sido malos.
Oh
Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese ahora tu ira y tu furor
de tu ciudad, Jerusalén, tu santo monte; porque a causa de nuestros pecados y
de las iniquidades de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de
todos los que nos rodean.
Y
ahora, Dios nuestro, escucha la oración de tu siervo y sus súplicas, y haz
resplandecer tu rostro sobre tu santuario desolado, por amor de ti mismo,
oh Señor. Inclina tu oído, Dios mío, y escucha.
Abre
tus ojos y mira nuestras desolaciones y la ciudad sobre la cual se invoca
tu nombre; pues no es por nuestros propios méritos que presentamos nuestras
suplicas delante de ti, sino por tu gran
compasión.
¡Oh
Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, atiende y actúa! ¡No tardes, por amor
de ti mismo, Dios mío! Porque tu nombre se invoca sobre tu ciudad y sobre tu
pueblo.