Yo
habito a la sombra del Altísimo,
me
acojo a la protección del Todopoderoso. Yo
digo al SEÑOR:
«Tú
eres mi refugio, mi fortaleza.
Padre
Celestial tú me salvas de los peligros escondidos y de las enfermedades
peligrosas, me proteges con tus alas y bajo ellas halló mi refugio.
Tu fidelidad es mi escudo
y tu muralla mi protección.
No me atemoriza el peligro de la noche,
ni las flechas que lanzan en el día;
tampoco la plaga que anda en la oscuridad, ni el destructor que llega a plena luz del día.
Mil caerán muertos a mi izquierda
y diez mil a mi derecha,
pero a mí no me sucederá nada.
Sólo basta con mirar y veré como los perversos reciben
su merecido.
Pero
yo confió en el SEÑOR...
el Altísimo es mi protección y nada malo me sucederá, no ocurrirá ningún desastre en mi casa; porque Él ordena a sus ángeles
el Altísimo es mi protección y nada malo me sucederá, no ocurrirá ningún desastre en mi casa; porque Él ordena a sus ángeles
que me protejan dondequiera que vaya.
Ellos me levantarán con sus manos
para que ninguna piedra me lastime el pie. Pisoteare leones y serpientes venenosas; triunfare sobre cachorros de león y monstruos.
Él
Padre Eterno dice: «Yo lo salvaré, porque confió en mí; lo protegeré, porque
reconoce mi nombre. Me llamará y yo le responderé; estaré con él cuando se encuentre en dificultades; lo rescataré y haré que le
rindan honores, haré que disfrute de una larga vida y le mostraré mi
salvación».